Mudanza

Cuando cerré la puerta, despedí una etapa de mi vida.
Ese departamento fue mi primer hogar, un ideal pensado e imaginado miles de veces, desde el cuadrito de mi ventana en mi cuarto compartido con mi hermana. 
Recuerdo el día que nos conocimos. Fuimos con una amiga, a ese barrio que no buscaba nunca, pero un aviso chiquito en el diario nos dió el puntapié. Caminamos por un barrio de casas bajas hasta llegar a un edificio escondido viejo. Nos recibió un matrimonio entrado en años, con sonrisas perfectas. Eran odontólogos.
Vimos el departamento y enseguida sentí la premonición de que era ese, el impensado, fue el correcto. Mi amiga hizo toda la negociación, y al final de la tarde, ya tenía señado mi primer alquiler en una tarde cálida de febrero. El vértigo de lo nuevo, la realidad del sueño cumplido, el decir a mis padres que me iba, el momento irreal que sentimos un antes y un después. Crecer de golpe.
En ese departamento conocí muchas cosas, la amistad más pura en mi primer viaje internacional hacía un voluntariado; la ausencia y critica de mi familia; el sentirme sola a sentirme conmigo. Descubrí que si me dormía con la luz prendida, amanecía así también. Siestas largas, noches largas, independencia, pero también responsabilidad. 
Y el amor. Él había estado ahí, y ese cuarto aún tenían su presencia, porque él dejaba su huella dónde iba. 
Cuando nos llega un momento de cambio, siempre algo se rompe. Primero fue una gotera, que afectaba la planta baja. Un mes sin baño. Luego fue otra gotera, que esta vez, afectaba el pasillo. Un mes y medio sin cocina, rematando que cortaron el gas, por falta de actualización. Era otoño, y aún en invierno, vivía en medio de escombros. Como nuestra relación. Yo ya no estaba a su lado.
Una tarde fría de invierno volví y me encontré con la mitad del departamento sucio, lleno de polvo de obra, mis libros tristes y la cocina sin serlo. Di media vuelta, me metí a mi cuarto y cerré la puerta. El único lugar que aún era mío. Y medite lo que me había dicho mi papá la noche anterior. "No entiendo por qué elegís quedarte con eso, cuando tenés otros hogares, otras posibilidades". Gracias, pa.
Decidir o no decidir, esa es la cuestión.
Y decidí que tenía que irme. Que no me merecía estar así, vivir mal en un lugar que había dejado de ser mi hogar. Puse mis límites, me despedí y me liberé.
La semana siguiente a mi decisión, apareció uno de los mejores lugares en que viví. Un departamento nuevo, con mucha luz, una cocina en forma de U, nueva, brillante, limpia. 
Era otro barrio, otras calles nuevas, un nuevo lugar dónde comenzar otra vez, esta vez todo para mí. Sólo tenía que decir sí y decirle adiós a él. A la esperanza y a lo que pudo haber sido.
Aún me aferraba a esos recuerdos. La esperanza es caprichosa, y se mete en rincones difíciles de mover.
Me mudé una tarde gris y fría de agosto. Sin mirar atrás, sólo dejando gracias.
Y la mañana siguiente desperté con un sol vibrante, aún con el frío del invierno, pero recuerdo que todo brillaba, o quizás era yo que veía todo así. Me quedé viendo la copa de los árboles cercanos, escuchando las primeras golondrinas y mirando todo el nuevo espacio que tenía para mí.
Daba miedo, pero era una nueva yo.

Mudanza - fragmento
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